Crítica
Olimpia Castiglione, Roma, 1988
En el curso de grabado noté desde el primer dibujo, el veloz y vigoroso discurrir del pensamiento en el signo. Expresión de un sentimiento y de un temperamento impetuoso y atento al mundo exterior. Recorridos de témpera densa o acuarelada en conmoción cromática, mancha y grafismos, con intensas vibraciones del gesto. Mezcla, superposición, intersección, con resultados casi siempre felices. Un únicum formal-informal, escorzos romanos con trazados leves o corpóreos, para expresar el rodar caótico de la circulación (Coliseo). Detalles insinuados para descubrir las paradas del autobús, una voluta arquitectónica, un toldo a rayas, una luz suspendida entre las casas... Hormiguero de vida sobre perspectivas de escalinatas, en las mesas de un bar, en el vivero de una calle.
En estas obras y en otras, nada es estático o apagado, sino que todo vive y se ensancha y se estrecha matéricamente coloreado, y al contrario, en los interiores predomina la espera y el silencio, el abandono o la palidez existencial donde solo las cosas viven un desenvolvimiento inquietante.
En un año de trabajo en Roma, la artista elude el dibujo para estudiar la mancha cromática directamente en el plano: tela, papel, cartón, algún óleo... Muchos escorzos tiberinos y romanos, paisajes...
En síntesis soy de la opinión de que Lola Saavedra está encaminada hacia una vía visual y temática artísticamente personalizada.
Catálogo de la exposición individual realizada en Casa da Parra, Santiago de Compostela, 1993
Consellería de Cultura
Umberto Quilici, Roma, 1988
Lola Saavedra, pintora que sabe unir el sueño a la realidad, el pensamiento a la expresión.
Catálogo de la exposición individual realizada en Casa da Parra, Santiago de Compostela, 1993
Consellería de Cultura
Pilar Corredoira, Santiago de Compostela, 1992
La pintura de Lola Saavedra viene a ser una crónica de sus vivencias, que aparecen representadas dentro de un contenido más emocional que narrativo de una realidad concreta. El mundo que nos transmite tiene sus raíces ligadas a su visión interior, a sus energías vitales que se encuentran en la profundidad de su ser.
La primera parte de las obras de esta exposición, las que van de los años 86 al 89 y que constituyen una etapa ya cerrada en su trabajo, ilustran perfectamente estas consideraciones. Algunas de ellas realizadas durante su estancia en Roma la acercan al mundo del expresionismo europeo de principios de siglo. La libertad del trazo, la agresividad de los gestos y la oscuridad del color también demuestran una elección que tiene mucho que ver con su propio instinto.
Últimamente en las obras que tienen como referencia el pueblo marroquí de Chaouen, Lola tiende a una intensidad y brillantez en el color junto a la simplificación y suavidad en las líneas. Las imágenes aparecen transformadas en un sistema de colores que tienen como forma de expresión la intensidad de unos y el ritmo de otros dándole unidad a la intensidad de las obras.
Catálogo de la exposición individual realizada en Casa da Parra, Santiago de Compostela, 1993
Consellería de Cultura
Ánxeles Penas, A Coruña, 1999
La pintora coruñesa Lola Saavedra, que podría ser incluida dentro de la nueva generación de los 90, lleva ya una trayectoria plástica de variada y fecunda inspiración. Interesada en sus inicios por el mundo clásico, dejó testimonio de ello en cuadros de tema mitológico como el Nacimiento de Venus o Las tres Gracias. Vendría luego, a finales de los 80, una etapa de estancia en Roma, de la que surgiría una obra en la que consigue captar, con gran libertad expresiva, el clímax urbano de la Ciudad Eterna; están presentes, desde luego, esos irrepetibles ocres y rojos de las calles de Roma, pero la mirada de la pintora ahonda más en la atmósfera anímica que circula por las calles de la ciudad o que se aposenta en sus plazas, haciendo que el color se acomode, a veces, a la violencia de los contrastes o que se vuelva íntima y misteriosa. A principios de la década de los 90, quedó asombrada por el mundo bereber, de lo que salieron cuadros luminosos, llenos de vitalidad cromática y de la presencia de un mundo humano vivo y gozoso que recuerda, en ocasiones, a la fascinación haitiana de Gauguin.
Parecería que esta obra, aparentemente entregada a la representación del mundo exterior, queda lejos de su temática actual, mucho más reflexiva o mística incluso, pero, en realidad, se siente latir ya en las etapas anteriores esa ansia por conseguir un "espacio espiritual" que -como ya señaló Matisse- viene siendo uno de los objetivos del arte del siglo XX.
Así se puede presentir esa línea que lleva desde los mitos clásicos hasta los arquetipos que ahora le sirven de motivación y que semejan enhebrados en un mismo afán de figuración simbólica. La atracción por el mundo oriental sigue presente, pero menos en cuanto a la magia de los sentidos y más en cuanto a cultura milenaria que guarda secretos que los occidentales aún estamos a las puertas de entender.
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Catálogo de la exposición individual itinerante en las cuatro provincias gallegas, 1999
Consellería de Cultura
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